Por allá de 1992 fui a tomar una cerveza al patio del ahora extinto Museo Mty en Cervecería de regreso de mis clases en la Facultad de Arquitectura de la UANL. Ahí, entre el bullicio y el olor a lúpulo y cebada fermentada, me encontré a una chica apenas un par de años mayor que yo, en botas metiendo mano con una motosierra a un tronco enorme.
Me puse a platicar con ella, interrumpiendo impertinentemente con mis preguntas su trabajo. Me contó la historia del tronco: un río, árboles caídos, Sinaloa. Me dijo que era su obra para la siguiente exposición del museo que estaba por inaugurar. Me fascinó aquella charla breve. Me quedó muy presente por muchísimo tiempo e incluso fue fundacional para decidir dedicarme a ser artista un par de años después.
Aquellos días siempre traía mi cámara fotográfica para todos lados cargada con película blanco y negro. Olvidé fotografiar aquello y lo lamenté cada vez que lo recordaba.
Anoche, en el Centro de las Artes de NL, entré a la exposición de la revisión de la Bienal FEMSA y vi de nuevo a aquella chica pero esta vez sin botas ni motosierra. Estaba parada junto a su obra, aquel tronco con unas lajas de piedra, más de 30 años después, pues fue premio de adquisición de esa primera emisión de la bienal.
Me acerqué a saludarla. Le conté la historia, y aunque me quedo confuso si recordó al chico impertinente que la interrogaba mientras trabajaba, como varias personas ahí presentes, yo también me tomé una foto con ella. Era nada más ni nada menos que Rosa Maria Robles .
Me emocionó encontrarla y conocerla de nuevo.
Ahora sí, foto con la artista y su obra.

Álamo Santo, 1992
Rosa María Robles Madera de álamo y basalto
Premio de adquisición I Bienal FEMSA
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